http://sociedad.elpais.com/sociedad/2013/03/27/actualidad/1364411067_127743.html
 
Los 96 reclusos forman en fila india. Es su último día en prisión, pero antes 
de salir a la calle tienen que pasar por una última prueba: el detector de 
futura criminalidad. De uno en uno entran en la sala donde los médicos les 
colocan una especie de casquete. Sentados frente a un ordenador, los todavía 
reos tienen que responder a preguntas y usar unos videojuegos. Parece un examen 
del carné de conducir. Pero no les vale haberse entrenado ni saberse las 
respuestas. Al otro lado del cristal, un monitor va procesando sus estímulos 
cerebrales. Al ver los resultados de uno de ellos en pantalla, el doctor Khiel 
lanza una mirada cómplice al alcaide: “Este”, apunta. No necesita decir más. El 
director de la cárcel se vuelve hacia su ayudante: “Toma nota. El recluso 4.567 
quedará libre, pero con vigilancia especial. Antes de que pasen cuatro años lo 
volveremos a tener aquí”. No es una película. Y, si lo fuera, no sería muy 
original, porque Spielberg, en su adaptación del relato Minority report 
de Philip K. Dick (1956), ya usó un argumento similar. Pero si quisiéramos hacer 
una nueva versión de la película, la frase de que “cualquier parecido con la 
realidad es pura coincidencia” no se podría usar. Más bien, para ser justos con 
los derechos de propiedad intelectual, en los títulos de crédito debería figurar 
otra que dijera: “Basada en una historia sacada de Proceedings of the National Academy of Sciences 
(PNAS) en su versión recogida por Science y Nature”. No es poca cosa como fuente de inspiración: 
se trata de tres de las publicaciones científicas más importantes del mundo.
